El 13 de enero de 1898, el famoso novelista francés Emile Zola publicó en el diario L'AURORE un texto que ocupaba las seis columnas de la primera plana, y el comienzo de la segunda. El artículo, una carta abierta al Presidente de la República francesa, Félix Faure, se convirtió en el panfleto más famoso de la historia moderna: J'accuse (Yo acuso). El texto de Zola contenía el análisis más completo de un caso que había conmovido desde 1894 a la opinión pública francesa: el llamado caso Dreyfus.
En diciembre de 1894, el capitán Alfred Dreyfus, acusado de alta traición y espionaje para Alemania, fué degradado por un tribunal militar, y condenado a deportación de por vida. Muchos se alegraron en Francia de la sentencia. Dreyfus era hijo de un rico fabricante judío de Alsacia, y estaba casado con la hija de un diamantista de París. Tanto su posición económica como su ascendencia avivaron una violenta campaña de nacionalismo antisemita en gran parte de la prensa, que llegó a formular toda una teoría sobre un complot judeo-alemán contra Francia.
Esa campana progresó en los medios conservadores y escandalizó a elementos que en sentido amplio se podrían llamar "progresistas". Pronto comenzaron a
surgir dudas sobre la culpabilidad de Dreyfus, incluso en algunos jefes militares. Las sospechas comenzaron a centrarse en otro oficial, el comandante Charles Esterhazy, que años más tarde resultó ser coautor de las falsas acusaciones contra Dreyfus, y el verdadero espía.
El hecho de que un tribunal militar declarara inocente a Esterhazy, y destituyera al teniente coronel Picquart, uno de los mandos convencidos de la inocencia de Dreyfus, fué el detonante de una grave intensificación de acres polémicas, disturbios y manifestaciones. "El caso Dreyfus" se había convertido en un problema político de primer orden. Numerosas voces se levantaron pidiendo la revisión del proceso, y comenzó a tomar cuerpo la sospecha de un complot de los mandos militares y las fuerzas de derecha para promover un movimiento de carácter nacionalista, chauvinista y antisemita.
En esas circunstancias escribe Zola su apasionado artículo: "Acuso al teniente coronel Paty de Clam de haber sido el diabólico operador del error judicial...Acuso al general Mercier de haberse hecho cómplice, al menos por debilidad de espíritu, de una de las mayores iniquidades del siglo ... Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus y haberlas escamoteado..."
El artículo tuvo el efecto de una bomba. Esa misma tarde se habían vendido unos 200.000 ejemplares de L'Aurore. Al día siguiente, el periódico publica el primer documento de apoyo, firmado por Anatole France, Emile Duclaux (director del Instituto Pasteur), el joven Marcel Proust, Daniel Halévy, y otras personalidades. Es la primera aparición en grupo de los que se llamarán a partir de entonces los "intelectuales", término que se empleó en sentido despectivo por los oponentes de Zola.
El escritor sabía a lo que se exponía. "Al formular estas acusaciones -comenta Zola -, no ignoro que me arriesgo a ser atacado por difamación, con arreglo a los articulos 30 y 31 de la ley de prensa del 29 de julio de 1881. Y corro voluntariamente ese riesgo. Porque no conozco a quienes acuso, ni tengo contra ellos rencor ni odio. No son para mi más que entidades, espíritus de un mal social. Y el acto que realizo aquí no es sino un medio revolucionario para acelerar la explosión de la verdad y la justicia".
Los temores del escritor eran justificados. El 7 de febrero de 1898 comenzaba el proceso contra Emile Zola, acusado de difamación por el ministro de la Guerra. El dramático juicio se prolongó hasta el 23 del mismo mes. Zola fué condenado a un año de prisión y al pago de 3.000 francos de multa. Huyó a Inglaterra, y pasó un año en el exilio, con el falso y filosófico nombre de Sr. Pascal. De todas formas, la denuncia del escritor tuvo enormes consecuencias. En agosto de 1898 se suicidó el mayor Hubert Joseph Henry, tras confesar que había falsificado documentos en los que se basaba la acusación de Dreyfus.
A partir de ahí, la revisión de la causa se hizo inevitable. La polémica sobre el caso Dreyfus amenazaba con acabar con el consenso básico de la República, provocando una división de una violencia hasta entonces insólita entre los partidarios de la reivindicación y los de la condena de Dreyfus, conflicto que concernía a valores elementales como la justicia y el honor nacional. El antisemitismo alcanzó una efervescencia inaceptable para muchos. En esa situación, era necesario zanjar el caso. En 1899, Dreyfus regresó del exilio. Tras una serie de procesos, fué rehabilitado en 1906, ascendido a comandante y condecorado con la Legión de Honor, pasando posteriormente a la reserva con el rango de mayor. Al estallar la primera guerra mundial fué llamado a filas y tomó el mando de una columna de aprovisionamiento como teniente coronel. Murió en el anonimato en 1935.
El caso Dreyfus conmovió a la opinión pública, y no sólo en Francia. La intervención del escritor Emile Zola fue el inicio una época de compromiso social y político por parte de intelectuales de prestigio, época que según algunos acabó con Jean Paul Sartre. Después de Sartre, la situación parece haber cambiado. Algunos intelectuales han sufrido decepciones (en el campo de las izquierdas), otros se refugian en el escepticismo o el cinismo, para hacer frente a un mundo difícil y agresivo, en el que han sido testigos de las mayores crueldades.
"El deber moral de los intelectuales - escribe Susan Sontag - será siempre complejo, porque siempre hay varios "más altos valores", y es imaginable que, en determinadas circunstancias, no se pueda dar cumplimiento a todo lo que es indudablemente bueno, o que dos valores se presenten como incompatibles". Un dilema familiar a los intelectuales de este tiempo. ¿Qué intelectual o escritor se ocuparía hoy en Europa de un caso como el de Dreyfus? Y, lo que es más grave: en el caso de que alguien lo hiciera, ¿a quién le importaría?
(Artículo de Joaquín Rico para Radio Nederland en Español,6-6 2006)
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